El accidentado viaje de la señora Benz

Corría el año 1888 y el señor Benz, cuyo apellido quizás os suene de una marca de coches alemana, se encontraba un poco alicaído. HerrKarl Benz, que ese era su nombre completo, estaba preocupado por las ventas del producto estrella de su compañía, el Benz-Patent Motorwagen, que venía a ser un triciclo motorizado. Bertha Benz, simultáneamente esposa y socia capitalista en la compañía, confiaba plenamente en las posibilidades comerciales del cacharro, así que decidió embarcarse en un viaje prodigioso para demostrarle a su marido y de paso al público en general todo lo que era capaz de hacer aquella máquina. Esta es la historia de su accidentado viaje.



Bertha Benz, hacia 1871

El Benz-Patent Motorwagen es considerado unánimente el primer automóvil de la Historia, entendiendo como tal un vehículo diseñado para ser autopropulsado mediante un motor. Alcanzaba una fascinante velocidad punta de 16 kilómetros por hora. El primero fue construido en 1886, y financiado por Bertha, de orígenes más bien acomodados. Lamentablemente las leyes de esa época impedían que una mujer casada pudiera ser titular de una patente, así que sólo Karl figura como inventor del automóvil. En 1888 apenas se habían vendido un par de aparatos, a un precio evidentemente inalcanzable para la inmensa mayoría de la población, lo cual tenía preocupado a Herr Karl, que no cubría costes ni por casualidad. En opinión de su esposa y socia, el problema no estaba en el automóvil, sino en la manera de venderlo. Hasta entonces todos los desplazamientos realizados con los estrambóticos triciclos motorizados eran de corta distancia y con asistencia técnica, lo cual dejaba al Motorwagen del señor Benz como poco más que un caro juguete. Así que la amantísima esposa de Herr Benz planeó una demostración empírica de las cualidades del vehículo. El movimiento se demuestra andando, y Frau Bertha no era de las que se andaba con rodeos.

El Motorwagen de Karl y Bertha Benz. Con este cacharro infame se recorrieron 106 kilómetros de un tirón. Eso es valor.

Aún no había amanecido el 5 de agosto en Mannheim, una ciudad del sureste de Alemania, cuando Bertha Benz despertó a sus dos hijos mayores, de quince y trece años, para que le acompañaran en el surrealista viaje. Silenciosamente empujaron el coche fuera del taller; le dieron vueltas a la manivela hasta que el automóvil se puso en marcha y se lanzaron a la aventura. Herr Karl, absolutamente ignorante de lo que su mujer había tramado, encontró una nota cuando se despertó en la que Bertha le informaba de que había ido con los niños a visitar a su madre, residente en la ciudad dePforzheim. Lo que no decía es cómo había ido. De eso se enteraría más tarde, y uno pagaría por ver la cara que puso al percatarse de lo que estaba sucediendo.

Recreación del inicio del viaje de Bertha y sus hijos

Las dificultades a las que se enfrentaron Bertha y sus vástagos se iniciaron desde bien temprano. Las tuvieron de todo tipo. La primera de ellas, de orientación. Sólo después de haber iniciado el viaje se dieron cuenta de que ni tenían un mapa de carreteras (porque, bueno, no existían aún) ni conocían el camino, así que dieron un rodeo vía Wenheim. Durante los siguientes cien kilómetros Bertha y sus hijos asombrarían a todo aquel con el que se encontraron: eso de ver un coche no tirado por caballos, sin olor a estiércol, sin polvo ni sudor, era algo inimaginable.


Circulando a toda marcha por los caminos rurales alemanes (unos 15 km/h, en el mejor de los casos)

Además de las dificultades con la orientación también padecieron problemas técnicos. Uno muy sencillo: la falta de combustible. Poco ants de llegar a un pueblo llamado Wiesloch el triciclo se quedó seco, y es fácil imaginar que en un mundo donde no existían automóviles las posibilidades de repostar combustible tendían más bien a ser cero. Pero doña Bertha no se arredró. El Motorwagen de los Benz usaba como combustible un derivado del petróleo llamado ligroína, usado por entonces como producto de limpieza. Así que nuestra heroína entró en una apotheke (una farmacia, vamos) y procedió a comprar cinco litros de combustible para su cacharro, inventando así la estación de servicio. Los dueños de la farmacia están tan orgullosos del papel de su negocio en esta historia que todavía hoy, siglo y cuarto más tarde, sigue recordando el evento con una placa y una escultura donde se indica que esa farmacia fue “la primera gasolinera de la Historia”.


La primera parada para repostar de todos los tiempos. Debajo, fotografías de la farmacia-gasolinera, la escultura homenaje situada delante y la placa conmemorativa.



Unos kilómetros más allá los frenos se calentaron en exceso, así que nuestra protagonista, que como el lector puede comprobar, tenía soluciones para todo, le encargó a un zapatero unas cubiertas de cuero para el sistema de frenado. Así pudo continuar viaje sin mayores contratiempos, y de paso, acababa de inventar las zapatas de freno. Como el que no quiere la cosa. Más problemas técnicos siguieron durante las siguientes horas, incluyendo falta de aceite y fallos en el cárter. A todo ello se unía el penoso estado del camino, normalmente transitado únicamente por recuas de mulas, hombres a caballo y ocasionales diligencias, y que dificultaba mucho el avance del moderno triciclo de doña Bertha, que carecía de cualquier cosa parecida a los amortiguadores. Pero finalmente, cuando ya había anochecido, la señora Benz y sus retoños llegaron a casa de la abuela, desde donde le pusieron un telegrama al marido y padre de los osadísimos viajeros, que sin duda a esas horas ya estaría preocupado.

Anuncio del Motorwagen de los Benz

En total habían sido 106 kilómetros de recorrido, el viaje más largo de todos los tiempos, con muchísima diferencia, en un automóvil. Unas trece horas de viaje repletos de anécdotas que habían cumplido con creces el objetivo publicitario del viaje: por los pueblos del camino no se hablaba de otra cosa que de esa osada que iba con sus dos hijos en un triciclo a motor por los horrendos y polvorientos caminos de la época. Bertha Benz también había inventado el márketing de guerrilla. Y todo en 100 kilómetros.

Mapa del recorrido de ida (azul) y vuelta de Bertha Benz y sus hijos.

Pero claro, había que volver, así que a la mañana siguiente emprendieron el camino de vuelta, siguiendo otra ruta más corta, lo que les permitió llegar a Mannheim a la hora de la cena (o sea, sobre media tarde). Allí Bertha le explicó con pelos y señales a su marido los pormenores del viaje, y, como la mejor y más osada piloto de pruebas de todos los tiempos, le hizo toda clase de sugerencias para mejorar el rendimiento y el funcionamiento del motorwagen. Y funcionaron. El cacharro de los Benz empezó a venderse cuando se comprobó que podía servir para algo más que para lucir palmito, y ese fue el origen de la compañía que ahora conocemos como Mercedes-Benz.

Karl y Bertha Benz en 1914

Bertha vivió muchos años más, tantos como para soplar 95 velas en un acto donde se le concedió el doctorado Honoris Causa en la Universidad Técnica de Karlsruhe. Murió pocos días más tarde, dejando un legado imborrable en la historia de la automoción. A principios del siglo XXI el estado de Baden-Wurtenberg reconoció dicho legado dando nombre a la Bertha Benz Memorial Route, que sigue los 194 kilómetros del recorrido de ida y vuelta original. Hoy ir de una ciudad a otra, y más en Alemania, es cuestión de minutos por una moderna autopista, pero si eso es así es en parte gracias a osados pioneros como Bertha Benz.

Bertha Route





Fuente: www.fronteras.com

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